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Celia Cruz La flor del verano

Tota
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A Celia Cruz no se le agotan las ganas de bailar.

Después de medio siglo de carrera artística y más de 70 discos grabados, la Guarachera de Cuba desborda optimismo con su canción “La vida es un carnaval”, del disco mi vida es cantar.

Como un himno que se escucha a toda hora en las emisoras de radio, la juventud canta el estribillo, que habla de los goces de la vida y de la certeza de que nunca se está solo, porque “siempre hay alguien por ahí”.

Con sus múltiples pelucas de colores, sus collares de cuentas, su sinceridad a flor de piel y su grito de guerra musical: “¡Azúca!”, la imagen artística de Celia es amable y pintoresca, pero sobre todo efervescente. “La música es un regalo que Dios me ha dado.

A no ser que me lo quite, yo continuaré compartiendo mi regalo con el mundo, dice.

Y es esa voluntad de cantar, que para ella es vivir, la que respiran sus admiradores en todo el mundo cuando sube al escenario y empieza la fiesta.

Entre su primera interpretación –el tango Nostalgia, en una emisora habanera por los años 40– pasando por un doloroso exilio de la tierra donde está su público primigenio, la entrega de un doctorado honorario de la Universidad de Yale y el premio Grammy en 1990, no se ha perdido ni una gota de autenticidad en su corazón.

Pero el éxito sería poco si ella no tuviera la facultad de sorprenderse a cada paso.

“Cada vez que me subo al escenario, siento que es la primera vez”, confiesa. “Siempre canto con el mismo espíritu y sentimiento”.

Este es el secreto de su juventud.

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