
Fueron dos horas intensas las que entregó el miércoles por la noche la artista colombiana, quien acompañada por la música y el baile no evitó el tema de la guerra con Irak y quiso pasar por la Gran Manzana hablando de algo más que amor.
Durante la interpretación de “Octavo día” se proyectó un vídeo en blanco y negro con dos marionetas con cara de George Bush y Sadam Husein jugando en un tablero de ajedrez.
En la secuencia, mientras avanza la partida, las piezas se convertían en misiles o pozos de petróleo, y los políticos perdían el control de ellos.
“Hoy no quiero hablar de política, ni de políticos quiero hablar de amor, de felicidad”, dijo en inglés la intérprete.
Shakira tocó la armónica, la batería, la guitarra, cantó baladas, rock and roll, blues y reggae. No escondió su español, como han hecho otros cantantes latinos que buscan el éxito en el mercado anglo, pero tampoco decepcionó a sus admiradores en inglés.
Descalza durante todo el espectáculo, Shakira mostró su versatilidad musical, así como su larga y rubia cabellera que, con frecuencia, se reveló como el mejor exponente de su exuberancia de una noche de buen rock and roll de una artista multidimensional y decidida a no ser una “estrella” efímera.
Al final de su espectáculo se mostró un último vídeo en el que la mangosta vence a la villana cobra, y un deseo que quedó escrito en las pantallas de vídeo al apagarse la música: “Muerde el cuello de los que buscan el odio”.