
Atesorada como patrimonio de la vasta geografía mundial donde la música tropical tiene resonancia, la legendaria guarachera cubana supo hacer del mundo su hogar sin más equipaje que su voz y el acendrado amor con el que vivió apasionada de su oficio y de la gente.
Hija de un exilio que exacerbó en la distancia el profundo amor que siempre profesó por su país natal, Celia dejó el mundo con la ilusión intacta por volver a esa tierra en la que acunó sueños y comenzó a dar cauce a su vocación artística con la Sonora Matancera, como preludio a su conquista en Nueva York de un mundo que hasta entonces parecía vedado a las mujeres, de la mano de colegas de la talla de Tito Puente, Ray Barreto, Papo Lucca y Johnny Pacheco, entre otros.
Dicen que nadie muere del todo mientras el olvido no lo arrope, realidad que hace de Celia Cruz una mujer imperecedera, con un hogar en cada uno de los corazones que alguna vez latieron al ritmo de su tumbao. ¡Gracias señora!