
Es por eso que la llegada de Tego Calderón a Los Angeles podía ser considerada una buena noticia: aunque es normalmente incluido en el rubro de exponentes de la misma corriente musical, “El Abayarde” ha mostrado a lo largo de su carrera un espíritu más amplio que lo lleva no sólo a interesarse en asuntos sociales que para sus compañeros son aparentemente cosa de otro mundo, sino a practicar variaciones rítmicas que le otorgan brillo a sus creaciones. Durante el Reggaetón Take Over que se llevó a cabo en los exteriores del Hollywood Park Casino de Inglewood el viernes, tenerlo en la tarima se hizo aún más necesario después de las 10:00 de la noche, tras haber tenido que sufrir la presentación de Zion y Lennox, un dúo especialmente representativo de todos los clichés del género, amplificados por la esmerada desafinación y la escandalosa grandilocuencia de sus MC.
Desde que salió al escenario, Tego –quien llevaba un llamativo atuendo de gorra, lentes y unos inmensos pantalones cortos– sacó a relucir su personalidad al empezar el set con El Abayarde, un corte de hip-hop duro, extraído de su primer disco del mismo nombre. Aunque su voz no es precisamente excepcional, no resulta desafinada y tiene un tono profundo que le da más autoridad a sus complejas letras, infinitamente más elaboradas que las de sus competidores de batalla. Si bien sólo cuenta hasta el momentos con dos álbumes propios, su labor en este estilo tiene más de diez años, a lo largo de los cuales ha grabado al lado de distintos músicos y en diferentes producciones, por lo que la noche fue testigo de canciones que no figuran en sus placas propias, como Métele sazón (en animadísima versión de bachata), Punto y aparte (hecha en conjunción con los conocidos productores Luny Tunes) y Julito Maraña, una excelente pieza interpretada al lado de Julio Voltio en la que ambos vocalistas marcaron su distanciamiento de la actitudes meramente gangsta al presentar una letra que se refiere al mal final de un delincuente, construida sobre una base musical eminentemente salsera.
La misma postura fue mostrada minutos antes en Cambumbo, otro tema que critica a quienes se creen más por llevar un arma, y cuyos implacables beats ‘hip-hoperos’ fueron acompañados por una espectacular coreografía de breakdancers masculinos que le dio versatilidad a la presentación, aunque se pudo notar también claramente la presencia de unas curvilíneas bailarinas que se cubrían únicamente con escasas prendas de ropa interior (lo que demostró que ni el mismo Tego es ajeno a las convenciones y tentaciones del mainstream). Si para algunos el estilo vocal de Calderón no es fácil de entender, por lo que muchos de los mensajes aludidos se perdían en el fragor del momento, la intención hacía sin duda que las canciones adquirieran una potencia y verosimilitud que no puede lograrse cuando se habla únicamente de chicas y diversión.
Como buen cantante popular, el “feo de las niñas buenas” no se separó durante todo el show de una gran botella de coñac que fue reduciendo generosamente a lo largo de su actuación sin necesidad de copa o vaso alguno.
Siempre hay un trasfondo interesante en lo que hace Tego; hasta su último tema, Gracias, que parecía ser únicamente una excusa para despedirse del público -que empezó justamente a retirarse en tropel durante su interpretación-, contuvo elementos sociales críticos cuando su letra se volvió súbitamente un alegato irónico en contra de la corrupción del gobierno y del sistema de justicia en Puerto Rico.
El show de Calderón fue una verdadera bendición después de la ya mencionada actuación de Zion y Lennox, cuya pereza (o falta de talento) para la elaboración de mensajes o discursos mínimamente articulados los llevó a fraguar un insoportable juego con la audiencia que iba por este lado: “Mujeres, cuando yo diga pucutú, ustedes contestan trá”. El nivel de primitivismo se hizo extensivo a su música, exenta de cualquier cualidad artística que la pueda hacer mínimamente perdurable. Más que mostrarlos como los músicos profesionales que supuestamente son, los hizo lucir como principiantes de escuela, sobre todo cuando Zion se animó a interpretar a capella un pedazo de una de sus canciones, como si no fuera evidente que su voz está siempre absolutamente fuera de nota (Lennox tiene al menos un tono más gutural que, al brindarle una tendencia medio jamaiquina, lo exonera alegremente de dichas responsabilidades).
Momentos antes, le fue mejor Julio Voltio, debido simplemente a su superioridad artística, plasmada en Maleante de cartón y en una versión no del todo lograda pero al menos animada de Mi libertad, uno de los temas más decentes (sino el más) del salsero romántico Jerry Rivera. Pero Voltio no pudo terminar su set debido a los incidentes que empezaron a estallar en la audiencia, cuando un numeroso grupo de asistentes empezó a derribar las vallas de seguridad que separaban la zona general de la V.I.P. Fue solo un brote de mala conducta de algunos sectores del público que, milagrosamente, calmaron sus ánimos durante el resto del evento.