
La reunión de músicos en escena fue de primer orden y para muchos de los presentes pocas veces se ha congregado en una tarima nacional una cantidad igual de buenos y talentosos instrumentistas.
Ralph Irizarry, Don Perignon, Paoli Mejías, Cachiro Thompson, Javier Oquendo, Edwin Bonilla, Tomás Cruz, Pablo Núñez, Jorge González y Bobby Allende rugieron sus talentos en la percusión, casi en un desafío mano a mano. Todos se enfrascaron en una andanada de golpes de tumbadoras y repiques de bongó y timbal que emulaban las mejores secciones de rumba que solían escenificarse en los tiempos de la salsa dura y cuyo testimonio está en las decenas de grabaciones realizadas en los años 60 y 70.
“Rómpelo (el cuero) que está pago”, gritaban algunos de los presentes en el evento, que tuvo una asistencia precaria –1.700 personas pagando, según cifras oficiales suministradas por el Comisionado del anfiteatro– y que pecó de algunas deficiencias en su producción.
Al maravilloso ritmo que imponía el piano de Oscar Hernández y el contrabajo de Israel “Cachao” López se unieron los cantantes Andy Montañéz, Jerry Medina, Tempo Alomar, Choco Orta, Camilo Azuquita, Pedro Brull y Antonio Cabán Vale “El Topo”, realizando un coro de prolongadas improvisaciones junto a Antonio Columbié, Ray de la Paz, Willie Torres y Marcos Bermúdez, al tiempo que Roberto Roena acariciaba la campana con su indiscutible sabor.
Por un momento, llegaron a acomodarse más de treinta figuras en la ahogada tarima, mientras las gradas iban proyectando su euforia entre bailes, palmas y vítores.
Un oasis al rojo vivo
Desde el primer acorde que entonaron los protagonistas de la agrupación del barrio latino de Nueva York, poco después de las 9:00 de la noche, el auditorio comenzó a elevarse en un fuerte arrebato ante la sonoridad de una orquesta sabrosa, rítmica y versada.
El anuncio de que la banda reunía a figuras como Ray de la Paz (voz), Bobby Allende (percusión) y Jimmy Bosch (trombón) provocó uno de los aplausos más fuertes de la velada.
En un principio, los músicos interpretaron algunos viejos éxitos salseros, como “Llegó la banda” y “Pueblo latino” –incluidos en su primer disco “Un gran día en el barrio”– y otros de su propia cosecha como “Cuando te vea” y “Tun tun suena el tambor”, aparecidos en el álbum “Across 110th Street”.
A lo largo de su interpretación, la Spanish Harlem Orchestra nunca bajó su intensidad y en cada pasaje musical destacaba su inmensa sonoridad, que la hacen una de las más portentosas bandas contemporáneas.
Al filo de la noche subió a la tarima Cachao López, acompañado de Alfredo Valdez (piano), Federico Brito (violín), Jimmy Bosch (trombón), Kiwzo Fumero (trompeta), Rafael Palau (saxo), Nelson González (tres), Edwin Bonilla (timbal), Tomás Cruz (tumbadoras) y Antonio Columbie y Daniel Palacio (voces).
Como era de esperase, el creador del mambo dio cátedra de afinque y sabor, al paso de sus maravillosas ejecuciones que iban exacerbando la emotividad de la concurrencia alternando en su repertorio mambos, guajiras y rumbas.
El resultado de este junte fue un verdadero oasis y un alerta a los empresarios musicales del empuje que tiene en el público la manifestación musical salsera que goza de energía y bravura en sus acordes y en la que los intérpretes logran destacar sus talentos con eufónica libertad.