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Sobredosis de ‘perreo’ en Miami

Tota
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La confirmación de que el reggaetón se ha transformado en el género favorito de la juventud hispana en Los Ángeles vino de la mano de dos conciertos con localidades absolutamente agotadas en el Anfiteatro Gibson (ex Universal).

El sábado y domingo, más de seis mil personas acudieron a cada una de las fechas de lo que se convirtió en una auténtica celebración del estilo musical impuesto por artistas puertorriqueños.

Es que el reggaetón cuenta aparentemente con los elementos necesarios para deslumbrar incluso a la enorme población mexicana que radica en nuestro condado: sus ritmos son absolutamente bailables, sus letras celebran abiertamente todo tipo de libertades sexuales —que, si bien resultan aún seriamente cuestionadas en algunos países, se han convertido en una especie de estandarte juvenil— y las invocaciones de sus exponentes apuntan directamente a elevar el sentimiento patriótico de los oyentes, aunque lo hagan de manera tan descarada y evidente como la camiseta mexicana que llevó la superestrella Daddy Yankee al momento de su presentación.

Lo que no debería ser tan definitivo en la popularidad del género es su estridencia: resulta bastante curioso que un estilo que no cuenta con instrumentistas en vivo —y que normalmente se limita al uso de un solo DJ para el lanzamiento de las bases musicales— se escuche siempre tan exageradamente alto, lo que se suma a la muy escasa creatividad de las secciones rítmicas.

El mismo pulso de percusión se repitió una y otra vez a lo largo de toda la Invasión de reggaetón, dando finalmente la impresión de que se estaba presentando una misma canción miles de veces, a pesar del cambio de artistas en la tarima.

Durante la larga velada del sábado, esta reiteración abusiva sirvió sin duda para crear una especie de trance entre los escuchas, pero terminó por abrumar a quienes buscaban un mínimo de variedad en un espectáculo que se prolongó por casi cuatro horas, demostrando de paso el bajo nivel de creatividad de los DJ del género, a diferencia de lo que ocurre con los buenos exponentes del hip-hop, un estilo musical al que el reggaetón le debe más de un préstamo.

Una de las primeras figuras en ocupar el escenario fue Glory, una atractiva cantante que dejó en claro que la huella pionera de Ivy Queen (la artista más esperada de la noche al lado de Daddy Yankee) le ha abierto las puertas del reggaetón a las mujeres; pero, lejos de enarbolar alguna postura feminista, se limitó a sacudir las caderas ante la platea mientras interpretaba la muy sexista canción La popola, que fue censurada en Santo Domingo por sus abiertas connotaciones eróticas. No hay en ella, por lo tanto, ni apropiación ni subversión del género, sino una asimilación simple y directa.

Por su parte, Don Omar no escatimó esfuerzos para mostrarle al público sus costosas cadenas y pulseras, en directa imitación del estereotipo del gangsta estadounidense, y se enfrascó en un discurso contradictorio que le hizo pronunciar frases irreconciliables como: “Saquen tiempo para su esposa” y “¡Qué viva la infidelidad!”.

Afortunadamente, a diferencia de muchos de sus compañeros, el boricua sí sabe cantar, lo que le dio incluso la posibilidad de ofrecer un breve segmento a capella durante la interpretación de Vuelve, un tema que muestra también sus intenciones generales de salirse del molde lírico del género al recurrir a un repertorio que trata temáticas mucho más románticas que sexuales.

Lo más llamativo en el acto de los Luney Tunes fue la presencia de dos grandes jaulas en las que bailaban dos esculturales muchachas, porque el éxito de los dominicanos como productores no se traslada a su carrera como intérpretes, debido a la poca creatividad de su estilo y al escaso poderío de sus voces, que se debieron acompañar de innumerables invitados para destacar.

Algo parecido ocurrió con el diminuto Héctor “El Bambino”, quien a pesar de intentar ciertos cambios al apelar a un DJ que sí hacía scratches e introducir aires de bachata en su éxito Noches de travesura, se mostró tan o más desafinado que sus antecesores.

A estas alturas, el público estaba ya totalmente entusiasmado y entregado a la labor de cada uno de los que ocupaban el escenario, pero eso no lo llevó a bailar con tanta frecuencia el famoso “perreo”. En realidad, eran pocas las parejas que se veían enfrascadas en el erótico intercambio; lo que le sobraba a la audiencia en devoción por el género le faltaba en habilidad para moverse acertadamente con él.

El DJ Nelson tampoco trajo novedades en el plano musical, pero al menos puso al frente a una despampanante bailarina y a un par de MC que se animaron a lanzar una polémica proclama a favor de la marihuana (otro de los aspectos que ha despertado el zarpazo de la censura en algunos países).

La siguiente actuación, sin cambiar el estilo, fue una de la más celebradas: sin tener tampoco una buena voz ni un flow impresionante Ivy Queen, “La Reina del Reggaetón”, se puso a todo mundo en los bolsillos de su atuendo militar con un buen dominio del escenario y su supuesta reivindicación de los derechos femeninos (que, en términos prácticos, se tradujo en una línea agregada a la canción Tuya soy —cuyo título mismo no podía ser más machista—: “Pórtate bien o te la voy a cortar”).

Ivy Queen exaltó a las masas mencionando una y otra vez a los países latinos donde se la escucha (la misma herramienta empleada por todos y cada uno de los artistas que se presentaron) y se ganó aún más al público mexicano con una innecesaria estrategia: cantando fragmentos de Como la flor, de Selena, y de Hacer el amor con otro, de Alejandra Guzmán, mientras sendos y excesivos anuncios que decían “Homenaje a Selena” y “Homenaje a Alejandra Guzmán” ocupaban las pantallas gigantes del auditorio.

Daddy Yankee, el “plato de fondo”, se hizo esperar, presentando como preludio de su set un largo video de ficción en el que fungía de corredor callejero de autos, y que al convertirse en una copia directa de la película The Fast And The Furious no se mostró precisamente como una apología de la “identidad latina” que el ídolo asegura defender.

Sin embargo, para demostrar que merecía el papel estelar del concierto, el joven MC boricua empleó a las más esmeradas bailarinas y a las mejores coreografías de la velada, dando cuenta también de una voz potente y entonada, con una buena hilación en el rapeo, que, si bien le sirvió para sacar adelante temas tan populares como Dale caliente y Gasolina (el hit absoluto que cerró el espectáculo, como era de esperarse), no le abrió mágicamente las puertas de la improvisación: aunque se vanaglorió una y otra vez de sus supuestas habilidades en esta difícil área, el intérprete no las comprobó en el campo de batalla al emplear rimas fáciles y poco ocurrentes.

De todos modos, a pesar de anclarse en el mismo sonsonete rítmico de los demás, Daddy Yankee marcó distancias con sus competidores al cambiar el estilo vocal rumbero de costumbre por un cadencioso sabor sonero, y hasta le dio el único tono mínimamente oscuro y no comercial al show con su interesante Salud y vida, probablemente la única canción con cierto trasfondo social de todo el evento.

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