
Era una feria de 30 días que al final, como dirían nuestros abuelos, no hubo cuerpo que la aguantara ni corazón que la resistiera. De ahí surgió la necesidad de reprogramarla y, al año siguiente, con Chucho Sanoja como protagonista, la Feria adquirió ‘status’ de primera categoría. De esta manera, conjugó el furor de la música con el arte de los toros y se convirtió a la postre en la Mejor Feria de América.
Y es que aunque suene a exageración, la Feria de Cali tenía distinción, como la que se realiza en Sevilla, España. A Cañaveralejo acudían las mejores figuras de la torería y de ñapa, las casetas se inundaban de música tropical con las más grandes orquestas del momento.
Cali en el 59 era Billos vs Melódicos, Capriles vs. Frómeta, Pacho Galán vs. Lucho Bermúdez, Los Chavales de Madrid vs Felipe Pirela. Era la cordura vestida de locura y ésta, a su vez, revestida de una alegría contagiante que emanaba de la belleza de sus mujeres. Hasta Piper Pimienta lo corroboró: “Son como las flores…”
En ese mismo año –quien lo creyera– el Río Cali se volvió navegable desde el Puente España hasta el Puente Ortiz. Los organizadores de la Feria de Cali represaron esa parte del afluente y con canoas traídas del río Cauca se robaron el show de la Feria.
Un año más tarde, la Feria se vistió de bastoneras de la Universidad de Pardue, EE.UU., y al Estadio Pascual Guerrero llevaron los caballos del Cuadro Verde de Chile. Pocos recuerdan uno de los mejores espectáculos hípicos del mundo presentándose en el Pascual.
Demetrio Arabia
Un coqueto incompredido, sería el mejor título para definir a Demetrio Arabia. Por eso, para él la Feria de Cali es una mujer que hay que cuidarla, mimarla y protegerla. Sus recuerdos de rumba siempre están ligados a ellas y no duda en decir que para ir a una rumba en la ciudad se debe hacer con una mujer bella y un espíritu alegre. Dice que las mujeres dulces de Colombia son peligrosamente bellas porque encierran el embrujo de la sensualidad y saben combinarla con la inocencia pícara. Pero eso sí, deja en claro que la reina de Cali fue Jovita, quien siempre se creyó la más bella de la ciudad y de hecho lo fue porque siempre habitó en el corazón de los caleños.
Cali, por esas calendas, llegaba hasta la calle 25 y su población no alcanzaba los 120.000 habitantes. Por eso, la Feria se vivía en todas partes. Ni siquiera los clubes sociales podían frenar la ‘soltada’ a las calles. Eran ferias a lo Pamplona, España, donde no había forasteros. Todos se conocían aunque nunca se hubiesen visto y todos bailaban sin medir clases sociales. Era la feria de toda la ciudad.
La Feria en los clubes
Tres años después, en 1963, Wilson Choperena se inventa la Pollera Colorá y al son de los tambores discrimina a los unos y a los otros.
>Era el comienzo de la Feria en los clubes sociales –el Campestre, San Fernando y La Ribera– que optaron por competir con casetas como La Reina, Matecaña y Panamericana. Lo que al final disparó la popularidad de una feria que convertía a la ciudad en epicentro de alegría mundial.
En su momento, nuestra moneda era fuerte. Un peso colombiano equivalía a tres pesetas y, gracias a eso, ningún torero se privaba del honor de estar en la capital del Valle. Igual pasó con las orquestas, con los artistas. Y pasó también que ninguna caleña se resistió ante el embrujo de tan ilustres visitantes.
Con el crecimiento de la población y con el decrecimiento de los ingresos, nuestra ciudad se fue pauperizando y la Feria comenzó a tomar tintes de jolgorio sin significado alguno. Nos divertíamos, sí, pero sin identidad. Eran ferias sin ton ni son.
Corrían los años 70. Comenzaba el derrumbe del símbolo para darle paso al ‘despilporre’.
La alegría del sentimiento empezaba a ceder ante la ‘presión’ del licor y el desborde. Y así, duro decirlo, el deterioro se fue acrecentando hasta llegar a la historia de las ferias patrocinadas por el narcotráfico.
La de 1990 fue una feria dura… En ese año se crea la Corporación de Ferias y Eventos Municipales, Corfecali, siendo su fundador y primer director quien escribe esta historia.
Le quise poner orden a la casa y trajimos, gracias al sistema de concesión, sin aportar un solo peso, al mejor merenguero del mundo: Juan Luis Guerra. A su lado, esa noche, la desconocida Albita Rodríguez y de ñapa, Yordano. Un concierto memorable con asistencia récord: 78.000 personas en el Estadio Pascual Guerrero.
Otra rumba
Del 90 para acá, nacen los del puente para allá y son los niches los que hacen explotar el orgullo nacional. Desaparecen las casetas y entra una nueva modalidad: las calles de la Feria y las verbenas populares.
En ese discurrir Cali ofrece variedad para todos los bolsillos. Desde conciertos populares hasta artistas exclusivos contratados para círculos cerrados.
Recuerde Pacho Galán, Leo Marini y Carlos ‘Argentino’ Torres fueron algunos de los ilustres cantantes que abrieron la I Feria de Cali. Meryland Club, Séptimo Cielo, Montecarlo y Club Santander mandaban la parada.
Un año después, en 1991, y casi durante una década la Feria entra en una línea recta, sosa, sin novedades y sus organizadores, lejos de programar eventos que pudiesen atraer turistas, se dedicaron a usufructuar sus réditos. Tanto que se tomaron las zonas verdes y aceras para comerciar los espacios.
En el 2001 comienza el Hijo de Tuta a sonar y se convierte en el estribillo más pegajoso después de la Pollera Colorá. Los clubes sociales entran en su peor crisis y se produce el temblor en el Club San Fernando y, paralelamente, en el Club de La Ribera. Hoy ambos centros sociales en proceso de liquidación.
Hasta el encopetado Club Campestre sintió la sacudida, pero sus socios, en acción decidida, asimilaron el golpe y con la mano en sus bolsillos lograron recuperarlo.
Cinco décadas de fiestas decembrinas nos deben servir para aprender. Como diría Son de Cali: “P’al año que viene, a ver qué pasa. Porque lo de ahora es como la ensalada; sin aderezo, no sabe a nada”.