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‘Celia’, pa’gozar … y llorar

Tota
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Celia Cruz es uno de esos meteoros humanos que escapan a toda definición; por eso, igual que con otras grandes figuras de la música y el espectáculo, no resulta fácil resumir más de medio siglo de carrera artística en una obra de unas pocas horas. No obstante, Celia. La vida y la música de Celia Cruz, de Carmen Rivera y Cándido Tirado, hace un esfuerzo digno por presentar en poco más de dos horas y media los momentos más sobresalientes de la vida de la Guarachera de Cuba, salpicada con algunas de sus canciones más populares en la voz de la extraordinaria Anissa Gathers.

Gathers es sin duda el mayor acierto de esta puesta –dirigida y coreografiada por María Torres– que se estrenó el miércoles en el Arsht Center for the Performing Arts de Miami. La cantante logra imitar tan bien la voz de la inmortal Celia que el amigo que me acompañaba, me insistía: ”Esa es Celia, ella está doblando un disco”. El efecto a veces es impresionante y a muchos les sacó las lágrimas. Aunque este espectáculo a pesar de su connotación nostálgica y triste es principalmente ”pa gozar”, como dice una de las canciones –32 en total– del espectáculo.

Otro logro de la puesta son las proyecciones al fondo que ayudan a crear un rápido cambio de lugar y tiempo y le da a la puesta cortes cinematográficos. Muy efectivo el ”pase” de las fotos de Celia como hojas de un almanaque que se van desprendiendo.

También son encomiables las actuaciones de Sonja Perryman que hace de la madre, y la divertida y excelente bailarina Sunilda Caraballo en sus múltiples papeles. La joven actriz supo sacar muchos aplausos y risas al público.

Lamentablemente el resto del elenco no está a la altura de los mencionados, aunque dentro de una obra dramáticamente defectuosa su esfuerzo es meritorio. En primer lugar, el constante cambio del personaje de la cantante Gathers a la actriz Selenis Leyva exige del público una verdadera ”suspensión de la credibilidad”. Cierto que esta solución fue ideada para proporcionar a Gathers el tiempo para sus cambios constantes de vestidos y pelucas –creaciones de Haydée Morales y Ruth Sánchez respectivamente–, y puede interpretarse como que una es la ”Celia cantante”, y otra es la ”Celia privada”; pero el resultado no es satisfactorio, quizá porque no hay parecido físico en las caracterizaciones.

Modesto Lacén lleva el peso de la acción en su papel de Pedro Knight, el compungido viudo que va recordando en diálogos no siempre felices con el enfermero que lo cuida (Pedro Capó). Lacén tiene buenos momentos, pero por ejemplo a veces se le olvida que la mano derecha la tiembla, cuando el personaje está en el presente. Tampoco la tosca peluca lo ayuda a la hora de dar la conocida apariencia de Knight.

Elvis Nolasco y Wilson Mendieta tienen a su cargo varios breves personajes en cuyas caracterizaciones tienen resultados no siempre efectivos. Vale agregar que son muy buenos bailarines. Los brevísimos números de baile cumplen su cometido de dar una estampa y pasar a otra cosa, no hay verdaderamente una coreografía desarrollada, sólo chispazos.

El hecho de que la orquesta o banda está siempre en escena fue utilizado inteligentemente, y es sin duda este grupo musical bajo la dirección de Isidro Infante –quien también hiciera los arreglos y orquestaciones– lo que le da nivel al espectáculo. Los músicos sedujeron al público que terminó bailando en la platea y coreó las letras en más de una ocasión.

La obra ganaría mucho si se hicieran cortes al final: la muerte de Knight es muy sobreactuada y falsa, la escena en el cielo resulta –a pesar del tono jocoso que se adopta posteriormente– algo camp. Pero sobre todo, lo que estropea el efecto del final es la canción No habrá final, que no sólo es mala, sino que en la voz y la guitarra de Capó resulta un verdadero desastre. Después de tanta buena música de la Reina de la Salsa, ese número es un deplorable “bache”.

Este musical –posiblemente igual que cualquier obra que se le dedique– se queda corto en cuanto a lo que pudiera decirse y admirarse de Celia Cruz, gloria de la música latina. Detalles importantes de su vida se pasaron por alto, tampoco se mencionaron muchos viajes que hizo, no obstante, los sobretonos de su actitud política contra el gobierno de Castro quedaron expuestos y merecieron el aplauso aprobador del público.

Al final, muchos bailaban al ritmo de La vida es un carnaval, aunque los ojos aún les brillaban con lágrimas. No importa si usted vio o no vio a la original alguna vez, Celia es una obra que puede ponerlo a gozar y a llorar.• 

DANIEL FERNANDEZ
El Nuevo Herald

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