El viernes pasado, luego de una alentadora apertura a cargo de Son Mayor, grupo angelino cuya bulliciosa aproximación a la timba —música de base cubana tradicional pero de composición moderna— peca quizás de falta de identidad regional pero no de ausencia de entusiasmo, la veterana institución habanera ocupó el estrado del Sportmen´s Lodge para demostrar que aún sigue ocupando un precioso lugar de vanguardia.
Como muchas de las agrupaciones legendarias de la música afrocubana que aún subsisten, Los Van Van no mantienen su formación inicial. Resultaría injusto pedírselo, porque es altamente improbable que exista en el mundo un grupo de 15 integrantes que haya logrado mantener a todos sus miembros a lo largo de 34 años, tiempo que corresponde a la longevidad de la banda aludida. Sin embargo, los últimos meses han sido testigos de la desintegración de una de sus alineaciones más interesantes, debido a las deserciones del pianista César “Pupi” Pedroso —fundador al lado de Juan Formell y compositor de muchos temas— y del cantante Pedro Calvo —figura de enorme carisma que actualmente integra el AfroCuban AllStars de Juan de Marcos González—. Además, para el show del viernes, hubo una novedad no precisamente grata: la ausencia de Mario “Mayito” Rivera, joven pero excelente cantante de singular timbre vocal cuya falta, debida aparentemente a problemas de garganta, hizo que hasta los adeptos más incondicionales del grupo auguraran una noche fallida.
Pero no fue así. Aunque suene quizás exagerado, Los Van Van parecen estar más allá del bien y del mal o, en términos estrictamente musicales, absolutamente preparados para superar cualquier contingencia. Y es que, además de “Mayito”, cuentan con tres vocalistas que, sin ser unos virtuosos, saben bien cómo sostener un espectáculo no sólo con sus interpretaciones vocales, sino también con el estrecho y cálido contacto que establecen con el público, sobre todo en el caso de Roberto Hernández. De hecho, gran parte del éxito de la agrupación se encuentra en la complicada relación que establece entre buena música, calor humano y dominio de escena.
El sonido del espectáculo no fue precisamente limpio, pero sí muy acorde con un estilo —denominado por el mismo conjunto como “songo”— que, a pesar de su evidente respeto por las raíces tradicionales, incorpora fuertes elementos del rock, del pop y hasta del jazz. Si bien Los Van Van no se escuchan hoy en día como el grupo de ruptura que hace varios años elaboró ciertos temas con filiaciones psicodélicas —totalmente insólitas para el género tropical en el panorama caribeño—, lo que hacen actualmente sigue distinguiéndose claramente de otras ofertas musicales del mismo origen.
Aunque ya no está presente la guitarra eléctrica, su presentación con el tema Permiso que llegó Van Van, se abrió con una contundente explosión de sintetizadores y percusiones. más propia de un show rockero que de una faena salsera. La situación se repitió al final de un vibrante popurrí de los éxitos setenteros de la banda —donde se incluyeron fragmentos de Que le den candela, Guararey de Pastorita y Te traigo—, culminado con unos impresionantes redobles de Samuel Formell, hijo del director pero, ante todo, extraordinario baterista y timbalero del conjunto.
Lo más llamativo de Los Van Van en la primera parte de su presentación fue la demostración de sapiencia instrumental. Animados por una furiosa base rítmica y una sección de tres trombones, los músicos se enfrascaron en cambios de intensidad y de tiempo que le brindaron aires progresivos a su estilo, aun a riesgo de desconcertar brevemente a quienes se dedicaban sus mejores esfuerzos al baile.
Pero no se crea que fue una velada libre de movimiento, porque resultó todo lo contrario. De hecho, las parejas no dejaron de moverse a lo largo de todo el espectáculo, y se pudieron apreciar escenas dignas de cualquier coreografía profesional, protagonizadas en su mayoría por jóvenes incansables que rindieron feroz tributo a la tierra de sus antepasados a través de desconcertantes y emocionantes retos en las que los compañeros de baile se intercambiaban permanentemente, como si se tratara de una competencia de talento y resistencia.
En medio de un local absolutamente lleno y colmado de un ardor que no se desvanecía con el aire acondicionado, los músicos dieron todo de sí en la tarima, lanzando arengas a favor de los cubanos radicados en uno y otro lugar pero sin descuidar al resto de los latinos (“somos una sola raza”, proclamó Abel “Lele” Rosales, joven cantante que a pesar de no tener las virtudes vocales de “Mayito” fue sumamente expresivo y se atrevió con unos originales fraseos cercanos al rap en Temba, tumba, timba).
Por su parte, Yeni Valdés, ex integrante de NG La Banda y primera mujer que integra el grupo en toda su historia, demostró la potencia de su voz en una interpretación solista, sacando a relucir la fuerza de su personalidad al invitar al escenario a varios hombres para que bailaran a su alrededor, práctica que le ha correspondido siempre a los varones para convocar a las damas más atrevidas de la platea (y que de hecho llevó a cabo Hernández momentos después en Esto te pone la cabeza mala, verdadero himno de la timba que terminó siendo una de las canciones más celebradas de la noche).
Como el último trabajo en estudio de Los Van Van se lanzó hace cuatro años, había ciertas dudas sobre la continuidad del proyecto (rumores que, dicho sea de paso, fueron enfáticamente desmentidos en el tabladillo por los mismos músicos). A manera de adelanto, Formell y los suyos presentaron dos composiciones nuevas que serán incluidas en un álbum que ya se está grabando, y que se titulará Chapeando; la primera de ellas, Anda, quiéreme, estuvo a cargo de Rosales, mientras que la segunda, Ven, ven, ven, fue vocalizada por Hernández. Ambos temas exhibieron una tendencia sonera bastante tradicional, y les permitieron a sus intérpretes lucir sus dotes para la improvisación.
Cuando Los Van Van se despidieron, dueños de una noche absolutamente caliente en la que los cuerpos en frenética acción habían elevado aún más las temperaturas propias de la estación, la audiencia no se movió, pidiendo más. Los músicos cubanos, que lucían también agotados por su imparable actividad pero totalmente dispuestos a complacer a sus seguidores, regresaron para brindar una pieza adicional, la popular Quién no ha dicho una mentira, y se despidieron diciendo: Aquí no hay invento ni cuento, sino talento.
La frase no habría podido sonar más auténtica en otros
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