La noche se prestaba para una rumba sin pausa. La gigantesca tarima giratoria de 18 metros por 18, traída especial de Estados Unidos, prometía un concierto para evocar.
Desde temprano, miles de caleños fueron llegado al estadio Pascual Guerrero para darle la bendición a la rumba que se veía venir.
A las 8:15 p.m., cuando ya algunos clamaban por la salida de los artistas, arribó un fulgurante Carlos Vives.
El rey del vallenato moderno, el hombre que proyectó el folclor nacional, salió como una exhalación y comenzó con una descarga del ‘rock de su pueblo’.
Apenas comenzaba a calentarse el ambiente. La rumba era hasta el amanecer y Vives le dio la bienvenida a todos sus colegas, en especial a uno de los grandes de la salsa, el maestro Jhonny Pacheco.
En medio de un ambiente distentido y con la fuerza de más de 20.000 personas aplaudiéndolo, Vives jugó con el público, vaciló con Egidio Cuadrado, su acordeonista, dijo que era hincha del América y provocó un simpático duelo musical con el Rey Vallenato de 1985.
Con la Gota Fría y el recuerdo latente del maestro Emiliano Zuleta, Cali se le rindió a los pies a Carlos Vives.
“Acordate Moralito de aquel día que estuviste en Urumita y no quisiste hacer parranda. Te fuiste de mañanita sería de la misma rabia”.
Con esta estrofa el coliseo San Fernandino se sacudió y una ola gigante de alegría se movió de occidente a oriente.
La rumba estaba en su punto alto. Fue entonces cuando la vieja guardia irrumpió en el escenario. El hombre que le saca chispas a la flauta llegó con su descarga de salsa a lo loco.
Jhonny Pacheco, hijo ilustre de Cali, demostró por qué es uno de los grandes del tumbao y el yenyeré. Con Luisito Carrión en el escenario, el Jhonny se comió el Pascual.
“Químbara, quimbara, quimbaquimbará”, enloqueció a los salseros de vieja data. Las estrofas parecían bajar del cielo, como un homenaje a Celia, quien interpretó este tema por primera vez, precisamente con Pacheco, en un concierto de la Fania.
Luego, Pacheco, contagiado de la alegría dio la clave, cerró sus puños, miró de reojo y mandó a improvisar.
“Qué bonito, qué sabroso, qué bien bailan los caleños, tienen la sangre caliente, igualito que los caribeños”, fue el homenaje a estos danzadores congregados en ese templo del fútbol.
La rumba se prolongó hasta las cuatro de la mañana, cuando los bailadores se fueron despidiendo arrullados por el golpe de salseros de barrio de Willy García y Javier Vásquez, los dueños del Son de Cali.
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