Parejas de maduritos y otras jóvenes, como la del internacional bailarín Stacey López, estremecieron la plataforma del Intercontinental en un espectáculo en que la orquesta y el bailador se complementan, como protagonista y coprotagonista del nostálgico concepto, tan en boga hoy.
Para bailar el mambo se necesita técnica, buen oído y sentimiento. El momento de locura, ebullición y placer musical en la pareja promedio regularmente se alcanza cuando la orquesta pasa del montuno a los irresistibles mambos o pasajes instrumentales, en que la sección de saxofones que integran Rubén Ríos, Roberto Calderón, Manuel Pelayo, Frankie Pérez y Luis Rodríguez armonizan con las trompetas y trombones con exquisitos contrapuntos.
El alma del mambo se refugia en la sección de maderas y si la misma está lo suficientemente aceitada, la adrenalina de los bailadores subirá a mil y se liberará en la pista con pasos, contoneos, acrobacias y figuras acompasadas y apasionadas porque, aunque abundan manuales de coreografías y métodos de baile, el mejor mambo es el que se baila con el corazón.
El mambo es música de salón. No se trata de los números maratónicos y repetitivos que duran un cuarto de hora, asemejándose más a una sesión de aeróbicos para rebajar. El bailador de mambo no derrocha su energía con coreografías basadas en vueltas innecesarias. A la hora de gozar el rico mambo, mejor prefiere afincar sus pasos al compás y la cadencia del adictivo ritmo.
En la pista avistamos a Andy Montañez con su esposa Xiomara y en una mesa, un poco tímido, al director de La Primerísima, Tommy Olivencia, deleitándose por igual con el pegajoso y enloquecedor beat del género que crearon los hermanos Orestes e Israel López, que Dámaso Pérez Prado paseó por el mundo con su orquesta grande y con el cual Machito y los dos Tito estremecieron el Palladium.
Los mambos de Frank Grillo “Machito” y sus Afro-Cubans no son tan recurrentes en el repertorio de las Noches del Palladium. Como el público consiste en su mayor parte de fanáticos de los dos Tito, sus éxitos predominan en el espectáculo, estructurado en dos sets.
Durante el intermedio, el padre de Humberto, revelando su preferencia por Tito Rodríguez, presentó una selección grabada de sus mambos más populares.
El Big Band Latino de Humberto, reforzado con el timbalero Eguie Castrillo y el pianista Edsel Gómez, se empleó a la perfección en las fusiones de mambo y jazz Caribe y Cuban Fantasy, delicias de los bailadores presentes por el balance rítmico y la correcta lectura de los vientos.
En las voces de los cantantes Primi Cruz y Noel Rosado, el cancionero de Palladium Nights se nutre de estándares del repertorio de Tito Rodríguez, como Abarriba cumbiaremos, El que se fue, Cara de payaso, Amor no es sólo sexo, Se te olvida, Mío y Yambú, entre otras.
Para evocar el legado del Rey del Timbal, destacando Castrillo en los timbales y la codirección, interpretaron el bolero Tus ojos y las versiones de Complicación y Cuando te vea, del clásico Dancemanía de 1958, entre otras.
Después del aplaudido cierre de Palladium Nights, el próximo paso de Ramírez será producir un disco con la música de los Reyes del Mambo. Sin embargo, el impecable desempeño de su Big Band Latino merece ser documentado para la posteridad en un disco en vivo. La presentación fue perfecta y dudamos que la pueda superar en la frialdad de un estudio de grabación.
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