Fonseca una frescura única en Miami

Tota

Fonseca pasó la prueba de fuego el pasado jueves al presentarse ante un teatro James L. Knight abarrotado en su primer concierto como solista en Miami. Nada narcisista, el cantautor de 27 años arribó a la escena vestido de negro, como para asistir a su propio entierro en caso de que los críticos presentes no elogiaran su primera presentación en grande.

Había cantado unos tres o cuatro temas anteriormente en el club La Covacha del Doral y en el American Airlines Arena en el maratón musical Amor a la música junto a titanes como Ricky Martin, Alejandro Sanz y Olga Tañón, en ambas ocasiones cautivando al público con su pegajosa propuesta musical y transparencia.

Tiene una fanaticada que lo adora y corea las letras de sus canciones. Eso ayuda. Su voz es estremecedora, seductora, expresiva… otro plus en una industria en la que abundan los talentos enlatados. Fonseca es the real thing, un mango jugoso recién arrancado de la mata; no pulpa de mango en conserva. Esa frescura lo diferencia de muchos en su giro. Sin embargo su fusión musical –vallenato, cumbia, pop, funk latino y rock– ya ha sido explotada en el repertorio de compatriotas como los famosos Juanes y Carlos Vives y el reto de Fonseca es deslumbrar con una propuesta ya algo trillada.

Su timidez recuerda a la de Juanes en sus inicios. Es un ídolo de masas en potencia, como lo era el intérprete de La camisa negra antes de transformarse en superestrella. Aunque es atractivo, Fonseca no es un sex symbol. No despierta aberradas fantasías. Sus rizos rojizos, ojos cristalinos y adorable sonrisa más bien generan ternura y el deseo de abrazarlo… no desnudarlo.

Al salir al escenario le faltó cierta chispa, cierto coqueteo, cierto brillo, ese je ne se quois que hipnotiza y define a una estrella. Sin embargo, a lo largo del concierto fue calentándose y soltándose, bailando vallenato y divirtiéndose junto a sus siete músicos. La instrumentación fue de primera, el acordeón y caja vallenata pusieron al teatro de pie. En varios temas se escuchó percusión afrocaribeña, que Fonseca complementó con pregones y cantes ininteligibles que añadían cierto misticismo a la parranda vallenata.

Entre éxitos propios como Te mando flores (que derrumbó el teatro), Como me mira o La lagartija azul, el cantautor intercaló algunos clásicos del vallenato como La casa de Carlos Huertas.

”Tendré que vender la casa/ porque todo aquel que pasa/ me pregunta por la dueña./ La voy a vender barata/ ya que a mí no me hace falta/ porque ya tengo vivienda”, dice el primer verso de La casa, tema que causó furor.

Aunque los asistentes se marcharon satisfechos después de haber bailado y suspirado con las canciones de Fonseca, ciertos aspectos del show se quedaron cortos, la escenografía entre éstos. El paisaje visual consistía de una tarima cuadrada con el nombre del cantante trazado en bombillitos iluminados, una pantalla plasma en el centro (demasiado pequeña para acaparar la atención de la audiencia) y dos torres metálicas con pantallas rectangulares a los lados.

El alma estética del recital era este bombardeo de imágenes, pero la selección no fue acertada. Los gráficos pecaban de impersonales y no trasmitían el folclor y melancolía que deleitaba a los oídos. El colombiano cerró el espectáculo de dos horas con una versión acústica de su hit radial Hace tiempo que la audiencia coreó extasiada. Algo quedó claro después de este concierto. Fonseca, como Juanes, realizará muchos más y como diamante que es, no dejará de pulirse.•