Gilberto Santa Rosa presentó un espectáculo con potencia musical

Tota

Hay pocos artistas en el mundo que tienen la delicadeza y amabilidad de Gilberto Santa Rosa. En su trato el cantante ha demostrado poseer el carácter intachable de un caballero puertorriqueño “a la antigua”. Impecablemente vestido e invariablemente delicado en su trato con los demás, Gilbertito se ha ganado con creces el apodo de “El Caballero de la Salsa”.

Estos atributos fueron evidentes durante el recital de una hora y media que Santa Rosa ofreció el sábado en el teatro Wiltern. Un momento puntual de la noche ocurrió cuando una muchacha se subió al escenario para bailar con el cantante. Gilbertito bailó con una mesura envidiable, con movimientos controlados, repletos de swing, pero sin derramar ni una gota de sudor. Es decir, representando las mismas virtudes que definen a su música.

Es aquí donde comienzan los problemas para cualquier fanático de la música afrocaribeña que se haya criado con una rigurosa dieta de Cortijo y su Combo, La Sonora Ponceña y Willie Rosario. Porque la salsa de Gilbertito, por más que esté revestida de rigor y músculo afrocaribeño, sigue perteneciendo a la cuestionable vertiente de la salsa romántica.

El subgénero surgió en los años 80 como una reacción a las décadas pasadas de pura salsa dura: la estética afiebrada de Ray Barretto, El Gran Combo, Héctor Lavoe y tantos otros ilustres músicos puertorriqueños y neoyorquinos. Apoyándose en las voces melifluas de cantantes como Eddie Santiago o Lalo Rodríguez, la salsa romántica creó un nexo interesante, pero peligroso entre los mundos dispares del género tropical y el pop.

Hoy el legado de la romántica se resume en algunas melodías pegajosas, más de una letra desopilante y un sonido cremoso que fomenta un tipo de baile tranquilo y un tanto apagado.

Al igual que Víctor Manuelle (pero con más de carácter), Santa Rosa conoció el éxito creando un balance preciso entre la comercialidad de la romántica y el fuego de la salsa puertorriqueña que él tanto aprecia. Un devoto de Tito Rodríguez, Gilbertito hizo lo posible por emular su estilo aterciopelado.

El show del sábado fue impecable en cuanto a la potencia de la orquesta (cuatro vientos, dos coristas y una sección de ritmo compuesto de cinco) y el entusiasmo con que Santa Rosa interpretó sus muchos éxitos. Lo que ocurre es que los ritmos pausados de las canciones y los momentos pop del material (algunos solos de teclado que parecen surgidos de un disco de Chayanne), le ponen freno a la rumba. Uno quisiera que Gilbertito desconectara el freno de mano, apretara el acelerador y nos transportara al frenesí indiscriminado de la salsa dura.

Hubo momentos del concierto que se acercaron a este ideal: la versión salsosa del clásico venezolano Caballo Viejo. El infartante La Agarro Bajando que cerró el recital.

Santa Rosa fue correcto en su interpretación y manejó el espectáculo con sapiencia y soltura. Queda el anhelo de que algún día, Gilbertito se olvide de toda consideración comercial y le haga justicia a las raíces de la música afrocaribeña