
Creció entre fiestas de ocha de los lucumíes, en el templo de San Francisco, donde el babalao Tá Genaro presidía los rituales. Tenía 19 hermanos y el hambre los hizo trasladarse a Vertientes, Camagüey, donde trabajó de carretillero, estibador, vendedor ambulante y trovador.
Buscando fortuna se va a La Habana en 1940, armado de una vieja guitarra, y sigue pasando hambre, cantando de bar en bar para turistas por la propina o, con suerte, en una estación de radio por 10 centavos. Las más de las veces, en los cafés al aire libre o en las esquinas habaneras.
Finalmente se integró al trío de Miguel Matamoros, con el cual marchó a México. De regreso a Cuba, ya como Benny Moré, se quedó cantando con las orquestas de Arturo Núñez y Rafael de Paz, el Conjunto de Humberto Cané y otras agrupaciones, hasta que le puso voz al mambo de Dámaso Pérez Prado.
En 1953 debutó con su Banda Gigante en la televisión nacional. Primero, con la ayuda de Ernesto Duarte, luego con Cabrerita y, por último, con Generoso Jiménez, que traducirán las ideas del Bárbaro del Ritmo al papel pautado y aportarán lo suyo respectivamente.
El caso es que el mulato guajiro aprendió mucho en su viacrucis, además de haber probado credenciales como inspirado compositor. Supo unir el concepto de jazz band a lo Pérez Prado, los acentos orientales de Matamoros y Mercerón, las inflexiones de Miguelito Valdés, Orlando Guerra y, quizás, hasta de Daniel Santos, para lograr un estilo personal y único.
Su inigualable sentido del ritmo, su indiscutible oído absoluto y el nivel de entonación, le permiten adaptar su tesitura de barítono a las antológicas medias voces con potencia y soltura suficientes, improvisando cualquier ritmo, desde el más sublime bolero hasta la más sabrosa rumba, sin olvidar su maestría en el montuno y la posibilidad para rubatear las melodías en un fraseo sincopado, espontáneo y sincero.
Todo lo remata con una brillante intuición escénica, que le dicta una manera peculiar de marcar el compás en el baile, marcando el ritmo y los cambios con los hombros o al tocarse el sombrero, y la indumentaria – entre estrafalaria y distinguida – para crear la imagen impactante que perdura en el tiempo.
Viaja a Venezuela, Jamaica, Haití, República Dominicana, Colombia, México y Estados Unidos con igual éxito. En Puerto Rico bautiza a Ismael Rivera, que cantaba con Cortijo y Su Combo, como Sonero Mayor de Puerto Rico.
En La Habana canta cada semana en Radio Progreso, en el teatro América comparte temporadas con Olga Guillot y Fernando Albuerne, graba discos y prefiere dejar esperando al público en el lujoso Montmartre por un baile con su tribu.
Y no deja de aparecerse en los mano a mano del Ali Bar, para retar a sus entrañables amigos Fernando Alvarez (cantó en su orquesta), Roberto Faz (uno de sus cantantes favoritos) y Orlando Vallejo (una estrella del bolero).
El 19 de febrero de 1963, la cirrosis hepática, el exceso de trabajo y el hambre que siempre pasa la cuenta, puso fin a la vida de Benny Moré.
Desde aquella fecha se han grabado decenas de canciones en su honor por Miguelito Cuní, La Lupe, Celia Cruz, Albita Rodríguez, Willy Chirino, así como discos con sus éxitos por Oscar de León y Roberto Torres, entre otros que le tienen como el sonero mayor de Cuba y la figura más legendaria de ese movimiento surgido del son y la guaracha cubanos, que se conoce como salsa.
En 1994, al salir al mercado varios de sus discos en formato de CD, a pesar de no contar con vídeos, menciones comerciales o presentaciones televisadas, que promovieran su trabajo y a pesar de haber fallecido 30 años antes, el Benny se situó como el artista latino que más discos vendió en el sur de la Florida ese año.
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