Así lo confesó en la última entrevista que concedió a este reportero, en vísperas de su participación en el concierto Masterpiece de Eddie Palmieri y la orquesta de Tito Puente.
Pete, como se le conocía a Pedro Juan Rodríguez Ferrer, de 67 años, intentó regresar a la patria en 1993 cuando, utilizando unos ahorritos, grabó con sus hijos Pete Emilio y Cita Rodríguez el cd Generaciones, una de las más irresistibles entregas de su carrera profesional de casi cuatro décadas.
Pero desafortunadamente no tuvo éxito. Ante la falta de trabajo, retornó al Bronx neuyorquino que en la madrugada del pasado sábado reclamó su vida.
“Yo me crié en Puerto Rico y quisiera vivir aquí .Yo quiero estar en la patria, dándole la vuelta al país, comiendo chicharrón y lechón asado. Pero si estoy en un lugar y no me aprecian, es mejor quedarme donde estoy. La cosa es que a uno le deben expresar cariño y no lo hacen”.
La vida de Pete fue dura. Su niñez y adolescencia en Ponce fueron difíciles. “Yo me crié en el fango”, reveló. “Cuando llovía mucho, las inundaciones del Río Portugués llegaban a Las Delicias y el agua se metía en mi casa”, recordó.
En el Ejército de Estados Unidos, donde sirvió como paracaidista durante el conflicto de Corea, fue foco de prejuicios y discrimen racial por el color de su piel y su nacionalidad. Luchó, sin embargo, para no dejarse amilanar por sus complejos.
Nos contó que una noche mientras conversaba con Rubén Blades sobre el cine, le comentó que si algún día lo contrataban para una película no dudaba que sería para representar el papel de un negro esclavo. “El se echó a reir y me dijo que, que yo podía hacer otras cosas si me lo proponía. La verdad es que no fue fácil para mi ser niche. He tenido tantos encontronazos por el color de mi piel, que si les hubiera hecho caso no estaría vivo. Sólo digo que el negro se debe preparar, educar y darse a respetar”.
Pete siempre se proyectó como el más serio y orgulloso de los cantantes de las Estrellas de Fania. No es que fuera un artista inaccesible. Simplemente ese era su estilo. Lo suyo era cuidar su imagen e imponer su personalidad. Siempre andaba acicalado, en etiqueta, fino, elegante y con un toque de clase. Parecía un conde. Así lo nombró su barbero. Y con ese apodo Fania Records mercadeó su carrera para diferenciarlo del pianista boricua Pete Rodríguez, el rey del boogaloo.
“Siempre exijo que se me trate con respeto porque soy un ser humano, como tú. Yo respeto a todo el mundo y exijo respeto para mi. Lo de conde, fue que un día mi barbero me dijo que me parecía un conde. Y empecé a usar ese apodo. A mi me gusta vestir bien cuando voy a la tarima. Me preguntan por qué no me pongo viejo. Eso es un secreto. Yo soy un viejo bonito que se cuida. Además mi carácter siempre es el mismo. A mi nada me molesta. Me cuido de no tener el corazón agrio”.
Pete estaba consciente de que su salud era frágil. En una visita a la Redacción previa al concierto Masterpiece, Conde estuvo sentado durante una hora y cuando se levantó, se sintió mareado y palideció. Era que padecía de alta presión. Pero rehúsaba recibir asistencia médica. “Me he recuperado de dos ataques al corazón, pero me estoy cuidando. Desde que estoy aquí, no he descansado lo suficiente y me tengo que cuidar”, dijo.
Pete vivía orgulloso de sus hijos y nietos. Siempre mencionaba a Pete Emilio, joven graduado de una maestría en jazz de Rutgers University en Nueva Jersey. “Le enseñé lo que es ser puertorriqueño. Que a pesar de haber nacido en Estados Unidos, no podía darse el guille de americano. Me he preocupado de enseñarle lo que es la patria, aunque estemos en Nueva York. Yo llegué allá y asimilé la cultura. Para vivir en Nueva York, hay que saber inglés. Yo lo aprendí, pero siempre dejando saber que soy puertortiqueño”.
El Conde vivía holgadamente. La mejor inversión de lo generado durante sus años de gloria con Fania fue en la educación de sus hijos. Tres décadas después de grabar obras maestras como Perfecta combinación, Los compadres, Tres de café y dos de azúcar, El Conde y Este negro sí es sabroso, dependía para vivir de los contratos para conciertos, bailes y grabaciones esporádicas, como Soneando trombón de Jimmy Bosch y Masterpiece de Tito Puente y Eddie Palmieri. Nada de regalías, a pesar de que sus grandes clásicos discográficos han sido reeditados en el formato digital y promovidos alrededor del mundo.
“Para mi el dinero no es importante. Me interesan más las cosas que me llenan el alma”, señaló.
Le sobreviven su esposa Frances, sus hijos Cita y Pete Emilio, los nietos y demás
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