Manolín El curativo poder de la libertad

Tota

El salsero cubano recientemente exiliado prefirió irse con su música a otra parte antes que bailar al compás de la dictadura

Mami, hay que vivir para ver./ Los tiempos cambian, tu vas a ver:/ ya tengo amigos en Miami.
A estas alturas no es un secreto que Manuel González Hernández encontró amigos en Miami… y se buscó enemigos en La Habana. Enemigos entre los mandamases que forman el teatro de la nomenclatura cubana, aclara el cantante cubano, a quien se le conoce popularmente como Manolín, el Médico de la Salsa.

«Para la gente del pueblo sigo siendo el mismo: el que canta cosas para divertirse, no para dividir, sino para unir. Porque los cubanos somos un solo pueblo: no hay otra manera de hacer la suma. Por eso voy a seguir con mi lucha´´.

Lo dice con la misma convicción con la que todavía invita a sus seguidores a «estar arriba de la bola´´, uno de esos estribillos superadhesivos que pasaron a formar parte del habla habanera y lo convirtieron en una de las grandes figuras de la timba cubana; esa música cadente y desenfrenada por la que los cubanos se parten la camisa.
«Yo escribo para el pueblo, para la gente de la calle´´, afirma Manolín, que este viernes se presentará con su orquesta en el Tropigala del Hotel Fontainebleau, en lo que constituye su primer concierto como exiliado.

«Esa canción [La bola] la hice para levantar el espíritu de mi gente. No había motivos secretos´´.

Porque hay que estar arriba de la bola, arriba de la bola.
Pero ocurre que el país cubano es, en verdad, el país de las alucinaciones, y lo que en la calle se tomó como una graciosa exhortación a tomar el mundo por asalto, llegó a transformarse en una acertada consigna del gobierno cubano.
En efecto, los versos del éxito La bola (Te fuiste/ y si te fuiste perdiste./ Yo no. Yo me quedé) sirvieron en su momento al mismísimo Comandante en Jefe para lanzar puyas a los que abandonan el país y alimentar el discurso oficial; una apropiación tan chistosa como descarada.
«Caballero, esa gente no tiene moral, no tiene vergüenza´´, dice el artista.

A Manolín, desde luego, el asunto no solo le resultó incómodo, sino absurdo. Sin embargo, no se muerde la lengua para reconocer que, si bien en Cuba también se viven los conflictos de lo políticamente correcto, en el choque entre los valores oficiales y la realidad de la calle, «los que están arriba abusan del poder valiéndose de cualquier cosa´´.

Incluyendo la timba, una música que para las autoridades llegó a convertirse en una espina en el trasero, por estridente y deslenguada. Vaya, que se tolere sólo explica que tiene el poder de generar divisas y lubricar la industria turística.

«Allá nada ocurre por accidente porque Cuba funciona como una corporación, como una empresa, vaya, que controla la vida de todos. Y esa empresa opera igual que una en el extranjero: alguien da las órdenes y los demás obedecen sin cuestionarse nada. La diferencia, claro, es que aquí si no te gusta, puedes irte a otra empresa. La justicia se mide en las opciones y en Cuba no existen las opciones. Te lo digo yo, que viví en las entrañas del sistema´´
Ha pasado el tiempo y yo,/ me mantengo, mi hermanito,/ y dice que estoy, pegaíto, pegaíto.

Claro que hubo un tiempo en que Manolín, que nunca se ha caracterizado por tener por tener una extraordinaria voz –aunque sí un efectivo don de gente– estuvo, lo que se dice, «pegao´´; disfrutando de lo que podría llamarse un star system cubano. Junto a la de veteranos como Los Van Van, la trepidante NG La Banda o la arrolladora La Charanga Habanera, la música del Médico de la Salsa dominaba la fonoesfera de la isla.

«Estaba en todas partes porque mis coros son impecables y le llegan a todos´´.
Cierto, se trata de un compositor con un inmenso talento para escribir sabrosas crónicas y coros que se clavan en la memoria: Y qué le voy a hacer si ayer/ me pasé de copas/ y me fui con otra. Textos que algunos tratan como fragmentos autobiográficos, y otros como simples fogonazos de la realidad que se vive en la isla.

«Algunas cosas las dejaban pasar. Pero cuando comencé a salir al extranjero y a opinar de cosas que me parecían ridículas, me di los primeros tropezones. La cosa se puso mala cuando pegó la canción de los amigos en Miami y peor cuando volví a la isla el año pasado para exigir mi derecho a vivir en mi país. Les molestaba también que mi popularidad no había caído, pese a que no se me tocaba en la radio ni se me invitaba a presentarme en la televisión´´.

A continuación, acude a una de esas explicaciones que parecen sacadas de una novela de Kafka: «Ellos [las autoridades] no pensaban matarme ni nada de eso, pero pensaban desaparecerme. ¿Cómo? Querían eliminar al Médico de la Salsa, no a Manuel González. O sea, me iban a enterrar en vida. Ahí decidí salir para siempre´´.
Tú que decías que yo,/ que no podía, que no,/ yo voy a mí.
Pero Manolín sabe echar mano también de un optimismo que provoca envidia, cuando no miedo. En el amplio salón del Café Nostalgía ha reunido a los antiguos compinches de su agrupación para ensayar con paciencia de artesano. El grupo, muchos de cuyos miembros habían tomado la decisión de quedarse en Miami en la primera visita (1998), se muestra contento de trabajar con su líder: repasan arreglos, pulen pasajes de algunos temas, discuten sobre el futuro.

«Estamos comenzando de cero´´, dice Manolín sin trazos de desánimo. «De eso se trata la vida: de subir y caer y volver a subir. Yo tengo mucha confianza en que esta música va a despegar. Confío sobre todo en que la gente de aquí la acepte con cariño y en que la gente de Cuba la siga escuchando para que no se olvide de el.