Ruben Blades y Chalie Aponte en la despedida de Tite Curet Alonso la brujería de los ritmos caribeños

Tota

Para el féretro, le vistieron como el Tite más auténtico: una de sus camisas floreadas y su infaltable sombrerito, fatigado de caminar las calles de Barrio Obrero.

Le gustaba usar anchas camisas tropicales sin cuello que parecían del Pacífico sur y a veces un elegante sombrero de ala ancha y redonda. Nació en el sector Hoyo Inglés de Guayama y de allí recogió en la sangre toda la brujería de los ritmos caribeños. Don Catalino Curet Vázquez, profesor de español y músico por dedicación, y doña Juana Alonso, una costurera por vocación, le bautizaron Catalino, un nombrecito que consideraba algo cruel después de todo. Y por ello
me decía en su apartamento de Isla Verde, y porque “crea algo de misterio, que siempre es bueno”, firmaba como C. Curet Alonso. Pero los muchachos barrieros le pusieron Tite. Un nombre apropiado para el gran mariscal de la composición salsera.

Aunque se crió en Santurce y su dirección postal tenía sabor a guaracha de los años cincuenta: Barrio Obrero Station, además de cartero escogió como profesión la esperanza:

Yo puertorriqueño soy,
profesión esperanza.
Contra mi hermano no,
contra ése no voy.
Boricua sé que soy,
con honra y con amor…
Puerto Rico sigue lindo
sigue bonito,
lindo, lindo…
En los diálogos que grabamos buscando las raíces de su inspiración guayamesa, se emocionaba evocando los tiempos de la sastrería Paler de la Ciudad Bruja, y cómo le hurtaban las frituras a la vieja Marina Blondet, y los piquitos del cine Campoamor, el mabí de Gordito y la fonda de Juan Hostén,

Ya a los quince se sentía poeta y empieza a botar inspiración. Joe Quijano le graba lo primero, pero el palo de La Lupe y “La Tirana” todavía retumba desde la calle Calma hasta Prospect Avenue.

Según tu punto de vista,
yo soy la mala.
Vampiresa en tu novela,
La Gran Tirana.
Cada cual en este mundo
cuenta el cuento a su manera.
Una noche de hace menos de un año, me sorprendió un cantor chileno por la televisión de Chile cantando la
versión original desde la posición del hombre:
Según tu punto de vista
Yo soy el malo,
El que te robó hasta el alma
El gran tirano…
Era Tite Curet Alonso, el Gran Mariscal de la composición salsera. Que le puso el original sabor de bomba y plena a las historias cotidianas. Empezó a contarnos cuentos buenos para mayores de 21 años que necesitaban un montón de espejos para buscarse el alma. Y de paso jubiló al viejo bolero son. Había que conocer a este hermoso personaje.

Cuando nos reuníamos todos los años a principio de diciembre en ese vente- tú que Carlos Ríos armaba en el Mesón Vasco del Viejo San Juan para agradecer, casi como una obligación de conciencia, a los columnistas ad honoren de aquel sueño que fue El Reportero, nos llegaba el Tite pisando los adoquines en escala de do a la, pero con fondo de cueros sonados en San Antón. Como si le siguiera los pasos a “Tembandunba de la Quimbamba” por la encendida calle antillana de que nos habló Palés Matos.

Casi siempre entraba por el rincón donde estábamos Celeste Benítez, Quique Ayoroa, Pedro Zervigón y el Padre Molina, arreglando la mitad del mundo. Para la otra mitad, nos faltaban otras ediciones del periódico. (La inmodestia nos dice que se quedó un poco jodido porque cerraron el periódico).

En las fiestas de los Coleccionistas en Ponce, todos los primeros domingos de mayo, se sentaba al fondo con una sonrisa ancha y me gastaba bromas provocantes cuando cantaban Carmen Delia Dipiní, Danny Rivera u Odilio González. El Tite era un hombre más actual que la semana que viene. Que hasta sus últimos días se asombraba de ese propio éxito, que en España lo han de definir como una de las grandes figuras del siglo XX:
“En el año 1968, cuando la vocalista cubana La Lupe grabó mi bolero titulado ´La Tirana´, que con ´Puro teatro´ y ´Carcajada final´ cumplió un ciclo de tres boleros coronados por el éxito total, jamás pensé iba a llegar yo a los 20 años de autoría. Estaba convencido de que no iba a durar mucho en el menester, conociendo como conozco mi vida, una de inesperadas cambiantes”.

Igual que en un escenario
finges tu dolor barato.
Tu drama no es necesario,
Ya conozco ese teatro.
No quedó un salsero sin grabar un tema del Tite. Porque son fotografías musicales de lo cotidiano, en donde un Tite narrativo también nos cuenta el cuento a su manera:
“A lo largo de esos mismos 20 años he contado con una ristra de intérpretes cuyo listado parecería algo así como de un colegio electoral. Nombres y más nombres, países y más países. Trofeos, placas, menciones honoríficas, festivales, viajes, alegrías y también desilusiones, porque en el campo musical hay tantas flores como espinas”.

“Pedro Flores, Tití Amadeo, Tito Henríquez y Agustín Ribot, un guitarrista y compositor cubano que estuvo en esta capital allá para el año 1944 como integrante del Conjunto Casino, fueron mis maestros. Mis triunfos son sus reflejos. Oyendo sus obras me fui entusiasmando. Son personas en las cuales pienso mucho, como en un estado de amor artístico inconfundible, real de arriba a abajo”.

“Han sido 20 años tratando de hacer algo para mi tierra, Puerto Rico. Por Guayama, cuya capital es el sector Hoyo Inglés, donde nací. Y por mi sabroso suburbio de crianza, Barrio Obrero, Santurce… sin olvidar a Loíza, pueblo donde mi negrura se proyecta y viceversa”.
Las caras lindas de mi gente
negra
son un desfile de velas en flor.
Que cuando pasa frente a mí,
se alegra de su negrura todo
el corazón.
Las caras lindas de mi raza
prieta,
tienen de llanto de pena
y dolor.
Son las verdades que la
vida reta,
pero que llevan dentro
mucho amor.
Ismael Rivera dejó esas caras lindas en surcos memorables. El Tite reafirmaba sus raíces:
“Siempre me gustaron la bomba y la plena, como ritmo, canto y baile procedentes de la prietura costeña nuestra. Son una especie de abolengo que llevamos en la sangre, en los pies y en la voz. Sin ellos la puertorriqueñidad sería menor y no tan colectiva. Durante mi juventud y mi madurez siempre hubo contacto pleno con esas dos artes de nuestra cultura. Como compositor las cultivo, como gustador las he disfrutado, cantado y bailado en el tradicional Batey de la Familia Ayala, allá en el barrio Medianía Alta, atelier mayor de la bomba africana”.

Tite también fue más que eso. Fue el hermano mayor de ese mundo musical en donde la juventud no siempre sabe manejar el éxito. La vida lo hizo sabio. Cotéjelo en la carátula del LP de Cheo Feliciano, “with a little help from my friend C. Curet Alonso”, que lleva el número 88185 del sello Vaya. Y mire bien la timidez de esa foto tomada a la medianoche.

Es, siempre el verbo será en presente, Tite Curet Alonso. El Gran Mariscal de la composición salsera. Un personaje que sobrepasó los del Macondo tropical de García Márquez. Más grande que el boicoteo de las emisoras que hacen negocios en Puerto Rico. Que no siempre son puertorriqueñas. Regateando la grandeza por unos dólares más.

Tite ya es historia. Cheo Feliciano nos representó a todos en ese abrazo final en el mismo féretro mientras lo definía para todo el tiempo: amigo entrañable; nadie más humilde.
Pero en Tite, la humildad, contrario al diccionario, fue nobleza. Que hoy lloran Rubén Blades en Panamá; César Miguel Rondón en Venezuela; César Pagano y César Ramírez Bedoya en Colombia, como un grupito de delegados comprometidos todos con un mismo dolor colectivo de una América que encuentra en lo popular su mejor sentido de identidad.

Adiós, hermano. No te me ofendas por esto: no te vamos a extrañar. Porque has quedado en tu música, que hoy se hace parte de nuestra biografía y nuestra historia. Y hay muchos más surcos musicales para la eternidad que pequeñeces de empresas esclavas de los dólares o resentidas por la forma de las reclamaciones.
Serás siempre un periódico de mañana.