En un período de cinco años, el antioqueño se ha transformado en una superestrella y, aunque el contacto personal con él demuestre que su actitud sigue siendo la misma de siempre (es decir, sencilla y humilde), su presencia en el escenario resulta ahora mucho más imponente y acorde con el rol que ocupa en el universo de la industria musical.
En el show del Arrowhead Pond, el guitarrista y cantante no lució el aspecto mundano de sus inicios (pelo corto, camiseta y un par de jeans), sino que acentuó su atractivo físico con una apariencia mucho más glamorosa, marcada por un vistoso chaleco de brillos y una larga pero bien cuidada melena.
Secundado por un nivel de producción absolutamente profesional que empezaba en los excelentes equipos de sonido y terminaba en una escenografía intensamente llamativa pero todavía sobria, Juanes dio cuenta de su repertorio con la ayuda de una competente banda conformada por dos guitarristas adicionales, un baterista, un percusionista, un tecladista y un bajista.
El paso del tiempo (y probablemente la cada vez más frecuente exposición a la fama) no ha afectado únicamente su guardarropa, sino también su música. De hecho, el concierto dejó bastante de lado los temas del primer disco (que él mismo calificó alguna vez de su obra más oscura), para centrarse en la festividad de sus composiciones recientes: la canción de apertura fue Sueños —un corte muy pop, pero con cierta intención social que se traduce en sus alusiones pacifistas—, seguida por La paga —un medio tiempo con ciertos aires de reggae—, Es por ti —una balada agradable pero inofensiva del segundo disco, Un día normal (2002)— y Dámelo —una creación cercana a la guasca, un género popular colombiano lleno de picardía, donde las insinuaciones sexuales se alejaron del molde habitualmente mesurado del artista—.
Aunque es evidente que Juanes busca en determinados momentos revalorizar ciertas tendencias del rock setentero que no corresponden a los favoritismos comerciales de la radio actual (como lo hizo al introducir unos inspirados teclados de tinte progresivo en la destacada Nada, extraida, ésta sí, de su debut discográfico), lo cierto es que con el paso de los años ha ido acentuando fuertemente sus filiaciones comerciales, haciendo que muchas de sus canciones parezcan simplemente piezas de pop con un disfraz rockero: la propuesta se muestra siempre amable, muy centrada en el plano romántico menos conflictivo, aunque nunca falte un buen solo de guitarra o de batería.
Después de todo, nadie podrá acusarle de emplear voces grabadas o de no ser él mismo quien se encarga de los mejores momentos instrumentales, lo que lo aleja desde ya de los poperos plásticos.
La célebre fotografía de la ejecución de un guerrillero vietnamita en las calles de Saigón, tomada en un plano muy cercano por el estadounidense Eddie Adams en 1968, funcionó como apertura para una serie de imágenes a favor del desarme que sirvieron como marco de fondo para ¿Qué pasa?, una canción de Mi sangre que, a pesar de su lograda fusión musical y de las buenas intenciones de la letra, se construye en base a expresiones tan simplistas que termina perdiendo efectividad.
Por su lado, Mala gente mostró un extremado parecido musical con varias otras composiciones de Juanes, sobre todos las de tendencia más funky (como Fíjate bien, la polémica Camisa negra y A Dios le pido, que también se pudieron escuchar durante la velada), aunque vino de la mano de una excelente interpretación instrumental, que culminó incluso con un duelo de tres guitarras, trayendo a la mente el pasado metalero del sudamericano (prácticamente indistinguible en estos días).
En contraparte, Ámame —el mediocre tema que abre inexplicablemente el más reciente trabajo discográfico del colombiano— se mostró como una canción abiertamente pop, sin el filo ni la contundencia de sus buenas creaciones.
Fuera de cualquier tipo de consideración, la fórmula ha funcionado maravillosamente en la práctica: los gritos de la audiencia se contaron entre los más fuertes que hayamos escuchado en un concierto multitudinario, y en medio de Volverte a ver —una balada inspirada en las experiencias de los soldados colombianos— una chica logró subirse al escenario, abrazándose tan fuerte al ídolo que los guardias de seguridad tuvieron que hacer redoblados esfuerzos para devolverla a la platea.
Entre tanto tema lento y amoroso, Fíjate bien (el mejor corte del primer disco) se mostró como una composición creativa y original, definida en su estructura por ciertos toques oscuros que se acompañan acertadamente de nostálgicos aires de vallenato, y redondeada en su mensaje por una temática social discreta pero convincente. Fue justamente esta canción la que dejó en el aire la pregunta de qué posibilidades artísticas hubiera tenido Juanes de no haberse rendido tan incondicionalmente ante las ligerezas de la música romántica para las masas.
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