Y desde que su inquieta voz se apagó en Ocala, ciudad del condado Marion, en North Central Florida, en 1992, ya nadie ha visto a Linda. Ni ha habido quien diga adiós a los muchachos. Y aquellas dos gardenias, además, hace tiempo que se marchitaron.
El legado de Santos ha tenido mejor suerte que el propio intérprete puertorriqueño durante sus últimos años, cuando el peso de la vejez, los tiempos de juerga y las necesidades económicas lo arrinconaron y acabaron con él.
La literatura también ha sido más generosa: los puertorriqueños Luis Rafael Sánchez en La importancia de llamarse Daniel Santos (1988) y Josean Ramos con su Vengo a decirle adiós a los muchachos (1989); y años antes ya, en 1973, El inquieto anacobero y otros relatos, del venezolano Salvador Garmendia.
El interés continúa y no sólo en “el tíbiri tábara”.
A principios de julio se exhibió en la Casa Aboy en Miramar un documental cubano del 2004, Daniel Santos: para gozar La Habana, que recoge testimonios de personas que conocieron al intérprete y revive los años que Santos vivió en Cuba, cuando fue ídolo indiscutible junto a la Sonora Matancera.
Acá en Miami, el sábado, el Centro Cultural de Puerto Rico en el sur de la Florida, con el apoyo de la Oficina Regional del Gobierno de Puerto Rico, Miami-Dade County Cultural Affairs, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el periódico La opinión puertorriqueña y las empresas Rums of Puerto Rico, American Airlines, Arroz Rico y Coors, presentan la exhibición y acto musical bailable Recordando a Daniel Santos – El inquieto anacobero.
El evento, que se celebrará desde las 7:00 p.m. en el Milander Auditorium (4700 de Palm Avenue) en Hialeah, contará con una recepción en la que podrá apreciarse una colección de memorabilia del artista -más de 40 artículos preservados por Carmen Betancourt, “Kamenza”, prima segunda de Santos- y un baile amenizado por la propia Kamenza, su esposo José Oscar y el Grupo Tres Puntos.
Mariano Artau, una de las figuras más grandes en la historia radial de Puerto Rico durante los pasados 60 años y amigo del fenecido cantautor, será el orador especial invitado. Reina Rodríguez, “La reina de las alcapurrias”, deleitará a los presentes con sus frituras.
“Cualquier actividad que se celebre en algún sitio fuera de Puerto Rico, donde se ponga de manifiesto la vida de un puertorriqueño ilustre como a mi juicio fue Daniel Santos en su campo, tiene mi respaldo total y absoluto”, dijo Artau desde la Isla.
Ese respaldo, Artau lo había ofrecido ya en noviembre pasado cuando Betancourt develó en público los recuerdos que poseía del artista en un acto de recordación celebrado en Orlando.
“Fue a través de Kamenza y de José Oscar. Ellos me hicieron el acercamiento”, recuerda Artau. “Esa noche hubo un lleno tremendo. Sabía que tenía muchos seguidores en Colombia, en Cuba, en Ecuador, pero no me podía imaginar que en la Florida también”.
El éxito de la actividad llamó la atención del Centro Cultural de Puerto Rico en el sur de la Florida.
“El Centro se fundó en 1999 con el objetivo principal de mantener, enriquecer y promover la cultura puertorriqueña en Estados Unidos y, en nuestro caso, en el sur de la Florida”, explica en Miami Víctor Ortiz, vicepresidente de la entidad, que se reúne en la sede de la Oficina Regional del Gobierno de Puerto Rico en Coral Gables.
“Por consiguiente, quisimos traer la actividad de Daniel Santos a Miami para el disfrute de todos los amantes de la música romántica del inquieto anacobero”.
El término anacobero, con el que sería identificado de por vida Santos, lo recibió a finales de 1946 en Cuba, al presentarse en el programa radial Bodas de Plata de Partagás, de RHC Cadena Azul.
Santos, relata el musicólogo colombiano Jaime Rico Salazar en su monumental libro Cien años de boleros, iniciaba su participación en el programa con un tema del compositor y pianista puertorriqueño Andrés Tallada, “Anacobero”, que en el idioma afrocubano ñáñigo significa “diablillo”. Más tarde, en lo que sería un revoltoso periplo por Latinoamérica, Santos, varias veces encarcelado por su facilidad a las trifulcas, adquiriría lo de “inquieto”.
“En todos los países donde hay una gran población pobre y rebelde, que le gusta asumir la marginalidad y la saciedad, lo convirtieron en un héroe”, analiza desde Puerto Rico uno de los mayores autores de la literatura no sólo puertorriqueña sino latinoamericana, Luis Rafael Sánchez.
“Conocí a Daniel en dos ocasiones. Una fue cuando volvió a Puerto Rico. Fue una suerte de concierto grande, de reencuentro con su país en el Centro de Bellas Artes”, rememora el también autor del clásico La guaracha del Macho Camacho. “Fue una tarde de domingo y era impresionante. Fui atrás a conocerlo y me preguntó ‘¿qué es eso de que estás escribiendo un libro sobre mí sin haberme conocido?’, y yo le dije ‘no es sobre usted propiamente, sino sobre su mito. Que va más allá de usted, de su persona y de su voluntad’. Nos reímos y nos abrazamos”.
El mito se alimentó de la complejidad de su personaje central. Santos, nacido en 1916 en el barrio de Tras Talleres, Santurce, de familia humilde, llegó a convertirse en una de las voces insignia de la música romántica durante décadas. Grabó más de 300 álbumes de larga duración (incluso uno en inglés), lo que pocos han hecho. Participó en películas, vendió millones de discos y dejó amores en cada puerto.
Santos comenzó su carrera jovencito en la ciudad de Nueva York y un encuentro con su coterráneo, el compositor Pedro Flores, resultó más fortuito de lo que jamás pudo haber imaginado. Flores disfrutó tanto la interpretación de Santos de algunos de sus boleros, que lo invitó a formar parte del Cuarteto Flores.
Con ese grupo grabó a principios de la década de los 40 algunas de sus más recordadas canciones: Irresistible, Perdón, Venganza, Borracho no vale, Hay que saber perder y Olga, entre muchas otras.
En 1941, mientras los ciudadanos estadounidenses se alistaban para ir a combate, Santos graba Despedida, en la que les dice adiós “a los muchachos”. Al año siguiente, con Linda, se inserta para siempre en la cultura popular latinoamericana.
Santos trabajó después en la orquesta de Xavier Cugat y durante 15 años dividió su hogar entre Nueva York y Cuba, con frecuentes viajes por toda Latinoamérica.
“Daniel vivió en Cuba desde mucho antes del régimen de Castro”, cuenta Kamenza. “A él lo defendían y lo querían allí. Incluso, cuando Fidel estaba por llegar al poder, él le hizo la canción Sierra Maestra, pero cuando cambió la ideología de Fidel con la cuestión del comunismo, Daniel lo rechazó. El no participaba de esa idea política, de ese régimen y se marchó. Pero se fue siendo un rey”.
Un rey más colorido que muchos de los súbditos que lo admiraban. Santos no conocía la moderación, ni en la bebida, las mujeres (¡contrajo nupcias 12 veces!) o las peleas. Pero igual de grande era su generosidad, recuerdan quienes compartieron con él.
“El Daniel que yo conocí, en la década de los 70, era una persona muy humilde, lleno de vida, para quien los músicos no eran simplemente músicos, sino amistades. No cogía una posición de artista grande, aunque lo era. Se sentaba en la plaza, se daba su traguito y compartía con el público”, recuerda Frank Nieves, presidente de la Cámara de Comercio Puertorriqueña del condado de Broward, quien durante su juventud compartiera en la orquesta de su tío, Claudio Ferrer, la cual en ese tiempo acompañaba a Santos con frecuencia.
Para Kamenza, mucho de lo positivo de Daniel Santos nunca ha sido destacado: “Decían que Daniel era controversial. Tenía sus problemas de carácter, pero era el hombre más colaborador del mundo. Iba a los países con necesidad y dejaba el dinero de los espectáculos allí. El era pro gente pobre. Por eso es que le decían El Jefe”.
Y Mariano Artau da fe de ese “corazón de oro”.
“En Ecuador lo llevaron en una ocasión a una cárcel para darle un show a los presos y vio que estaban durmiendo en el piso”, recuerda el animador. “Con lo que Daniel se ganó, compró 50 catres y se los regaló. Después prohibió a los periodistas que lo publicaran. El también ayudaba a muchísimos artistas, pero no quería que se supiera”.
Lo que los admiradores de Santos quisieran es ver preservado el legado del artista para futuras generaciones. Por ello, Betancourt intentará llevar la muestra a otras ciudades del país, para luego donar el material a un museo en Puerto Rico.
“Si alguna persona tiene material de Daniel, le pido que por favor se comunique conmigo. El sueño de Ana (una de sus esposas y quien lo acompañó al final) era que todo lo de Daniel morara en Puerto Rico”, dice Betancourt. “Ese sueño lo tengo yo ahora”.
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