La final del domingo de la competencia folclórica y la clasificación de las canciones del género internacional fueron víctimas de un público enardecido. También la entrevista del intermedio, que fue silenciada por el griterío.
Nadie quería esperar más. Todos querían darle pronto con el reggaetón.
De la Quinta no se fue nadie. A diferencia de otras noches, cuando al último show sólo se queda una parte de la asistencia, esta vez el lleno era total, incluso hasta después de finalizada la transmisión televisiva.
“Daddy, Daddy, Daddy”, coreaba la Quinta cuando Myriam Hernández y Sergio Lagos ensayaron una suerte de “rapeo” para presentar al puertorriqueño. Por fin, pasadas las 2:20 a.m. llegaba el “papi” del reggaetón.
Y como tal, su aparición fue un espectáculo. Todo su show lo fue, a decir verdad. Sentado en un trono que descendió desde el techo luminario del escenario, Daddy Yankee se presentó magistral. El “monstruo” -como se le llama al público que acude cada noche al festival- era un séquito de fieles seguidores de este rey de la música de moda por estos días.
Si Daddy decía “con las manos arriba”, toda la Quinta alzaba no uno, sino ambos brazos. Si Daddy pedía saltar, la Quinta temblaba de la galería a la platea.
Era como el jueguito de “Simón dice”, claro que ahora era Yankee el que ordenaba.
La presentación fue espectacular. Fuegos de artificio a cada instante, explosiones de bajos, ruidos constantes, bailarines “perreando” y el Daddy Yankee improvisando a cada minuto, demostrando que en lo suyo es un tipo genial.
Le lanzaron peluches, banderas, gorros y a cada instante se detenía e improvisaba deleitando a sus fanáticas, que bailaron y corearon todas las canciones.
Poco seguro, me atreví a preguntarle a una chica que las coreaba todas cómo se llamaba la canción en que pidió encender los celulares.
“No es ninguna canción de él, está improvisando”, me dijo asombrándome aún más.
Toda la Quinta era un sin fin de luces de todos los colores. Los temas más populares, como Lo que pasó, pasó; Tu príncipe; Machete o Mayor que yo fueron coreadas por grandes y chicos, aun cuando gran parte de las letras destacan por su contenido sexual.
Es que el raeggetón en sí es un ritmo que apela a lo físico, a la entrega, a una explosión de energía. En eso lo acompañaron todos. Con Rompe todos querían como golpear el cielo. Con Gasolina, con motoqueros incluidos, el coro era una sola voz.
Pocas dudas quedaban entonces del merecimiento de los tres premios que se entregan en este Festival: Antorchas de Plata y Oro, y la Gaviota de Plata para un joven explosivo que se entregó por entero en su primer show en Chile.
Abre con éxito ‘El Potrillo’
La noche del domingo fue sin dudas una de las más intensas del festival, pues a la presentación del boricua le precedió la del mexicano Alejandro Fernández, que también abandonó el escenario con los tres trofeos disponibles (Antorchas de Plata y Oro, y la Gaviota de Oro).
“El Potrillo” fue el encargado de inaugurar la jornada con clásicos como El rey y Guadalajara, con los que cautivó a un público mayoritariamente femenino.
La actuación del hijo del clásico Vicente Fernández fue sólida y cumplió con todas las expectativas del público, según reseñó la agencia de noticias EFE.
El domingo también se presentó el grupo español Amaral, que logró encender al público y obtuvo una antorcha de plata como premio.
Esa noche se conocieron además los triunfadores de la competencia folclórica. La chilena Elisabeth Morris se llevó la Gaviota de Plata y $30 mil como autora e intérprete de Canción de agua y viento. El premio al mejor intérprete fue para los colombianos Liliana Jaramillo y Claudia Gómez, que presentaron la canción Tierra de café.
Anoche sería la clausura del festival, una jornada en la que el español David de María y los escoceses Franz Ferdinand (que, precisamente el domingo, fueron el acto de apertura del concierto que U2 presentó en el Estadio Nacional de Santiago) tendrían su turno para enfrentar al “monstruo”.
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