La colombiana vino y venció con una buena dosis de rock, pop, flamenco, reggaetón y baladas a su más puro estilo, cita que cerró con su tradicional movimiento de caderas que atrae a miles. Usó sus artimañas y como las ratas del flautista de Hammelin todos cedieron gustosos al encanto.
Shakira llegó a su casa y no sólo lo dijo, lo demostró en 98 minutos en los que aprovechó para dejar claro que llena el escenario. Cantó, tocó la armónica, rasgó la guitarra y, por supuesto, movió las caderas como sólo ella sabe hacerlo.
No fue necesario el despliegue escenográfico que caracterizó su anterior tour de la Mangosta, en éste sólo sus siete músicos y sus movimientos fueron necesarios para hechizar a los 18 mil asistentes al Palacio de los Deportes.
“Buenas noches mi México, qué bonito estar de nuevo en casa, porque ésta es como mi casa. Ustedes me han visto crecer desde los 18 años y florecer como mujer, gracias por venir esta noche”, fueron las primeras palabras de varios acercamientos que la barranquillera tuvo con sus seguidores.
De ahí pasó directo a Estoy aquí donde a pesar de las dificultades técnicas que aquejan al llamado “palacio de los rebotes”, se pudo apreciar una buena ejecución del percusionista, el guitarrista, el bajista y el coro.
Del español al inglés, de la balada al reggaeton, Shakira no paró de hacer gala de sensualidad, entrega, capacidad vocal y movimientos que derretían al más frío.
En esta ocasión, Shakira dejó la opulencia tecnológica a un lado, y prefirió un espectáculo austero, pero sin restarle calidad a su desarrollo en el escenario.
El coro monumental se escuchó a plenitud con el tema Te dejo Madrid, al igual que con las demás canciones que la convirtieron en una de las cantantes más populares de habla hispana, aunque también conquistadora del mercado anglosajón.
Precisamente de su repertorio en inglés, interpretó Don’t Bother y Hey You, en la que aprovechó para coquetear con la audiencia y el pedestal del micrófono, el cual cayó rendido con un golpe de su trasero.
Cinco desmayadas a los 20 minutos de empezado el encuentro, silbidos interminables, gritos, coros monumentales y toqueteo con sus fans fue el saldo a la mitad del concierto, luego de que al ritmo de Suerte la llevó a recorrer uno de los pasillos y así estar más cerca a la audiencia.
Luego de siete cambios de ropa y los pies descalzos la colombiana demostró porqué tiene bien ganada su popularidad. Con movimientos de robot, felinos o de belly dancer, la ahora rubia confirmó que aunque extraña ver pasar el río en su país natal, disfruta mucho de la fama y de los aplausos
Con Inevitable de nuevo conversó como le llega la inspiración. “Esta canción la escribí una noche cuando estaba en la playa allá en Colombia. El cielo era fosforescente y estaba tachonado de estrellas. Era inevitable escribir”, contó y soltó las mejores notas de la noche.
Por supuesto no podía faltar La tortura, acompañada de su pianista cubano y Días de enero, con las que subió de tono el furor de la multitud.
El fin había llegado y qué mejor cierre que una danza árabe con velo morado, al color de la vestimenta tradicional y la sacudida de la cadera que la caracterizan. Con Hips Don’t Lie dio fin al aquelarre en que todos los presentes salieron hechizados, aunque deseosos de más.
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