Un cierre bien pensado no sólo por la calidad del artista, sino también por el vínculo musical que existe con Cuba y la admiración por su calor y ritmo. Valdés vino a presentar un material ya conocido por quienes siguen de cerca su carrera. Basado en su trabajo New Conceptions , el pianista vino con Lázaro Rivero Alarcón (contrabajo), Yaroldy Abreu Robles (percusión) y Juan Carlos Rojas Castro (batería), un grupo con el habitual vigor isleño y un ajuste de artesano.
Comenzó casi con una formalidad, un popurrí con temas de Duke Ellington, con “Satin Dall” y “Caravan”, entre otros. Su estilo es un cruce entre el clasicismo, el toque afrocaribeño y el swing jazzístico, lo que genera una forma interpretativa rica en colores, entretenida y que le permite saltar de un mundo a otro manteniendo la atención del auditorio, aterido.
Estoicos y alegres, el público disfrutó del concierto de Valdés con ejemplar actitud, lo que en verdad hizo durante los diez días del festival. Como pocas veces, la VI edición del Buenos Aires Jazz y Otras Músicas fue una manifestación del alto nivel que tuvo el público que se acercó al Dorrego.
Después de Ellington, Valdés saltó al mundo del impresionismo con una composición de Claude Debussy, que introdujo en piano el músico. Una melodía de un lirismo recogido y una forma de desarrollo hipnótico, sólo quebrado por el tumbado con el que arrancó Lázaro Rivero, seguido por las congas y la batería.
“Zawinul Mambo” dejó en evidencia una forma de composición que tomó algunas de las más conocidas composiciones del austríaco como trampolín para sus improvisaciones. Ante cada melodía reconocible en este tema, las sonrisas se distribuían por el auditorio.
En medio del concierto, subió el bajista Arturo Bassnueva, que reside en Buenos Aires, para hacer un tema con el bajo como principal solista que aportó una melodía llena de imágenes y una suerte de parada en el avance del cuarteto.
“Con poco coco” fue uno de los temas más fuertes de la noche; una melodía sencilla y a un criterio sustancialmente rítmico pusieron emoción. El tema tuvo como tramo final un solo del percusionista Yaroldy Abreu, rico en matices tímbricos y una forma polirrítmica cautivante.
Con la cantante Mayda Caridad (hermana de Chucho), la presentación tomó por otro sendero. La artista tiene una potente actitud y una forma de canto que siempre deja dudas. En “San José” demostró un fraseo de fuerte énfasis rítmico y en “Obatalá” se convirtió en una suerte de sacerdotisa de la secta yoruba.
El estandarte percusivo
Pasado el momento del canto, Valdés hizo un piano solo con una introducción en la cual mixturó su estilo clásico con la música popular y fue llevando la música hasta desembocar en un “Caminito”, tocado con una soltura y autoridad que llegó rápidamente al público que ovacionó la elección. Convengamos que los festivales de música siempre se prestan para estas pequeñas muestras de demagogia que, por cierto, no dañan a nadie.
El cierre fue con “Los güiros”, tema isleño que terminó con la percusión, como estandarte de una música en la cual el ritmo es esencialmente su espíritu.
Diez días de muy buena música terminaron con el público de pie, saludando las actuación de Chucho Valdés, pero, de alguna manera, también a la impecable organización del festival.
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