Después de ganarse un sitio en el mercado nacional, logró su pasaporte y se asentó en México y Estados Unidos con tal éxito que el influyente The New York Times le dedicó recientemente un largo reportaje en el cual le encuentra semejanza con el blues.
Si antes los centros nocturnos neoyorquinos contrataban merengueros para atender a su clientela dominicana o latina, ahora pagan a bachateros, quienes tienen en Zacarías Ferreiras a su más emblemático embajador.
Pero el fenómeno no sólo se manifiesta en la denominada Babel de Hierro y otras ciudades estadounidenses, sino que cantantes de habla hispana como Ana Bárbara, Charlie Zaa, Franco de Vita y Alejandro Fernández lo han adoptado en otras latitudes.
En su lento pero sostenido avance en el exterior, han desempeñado un importante papel Juan Luis Guerra (“Bachata rosa”) y Víctor Víctor (“Mesita de noche”), pese a que el sociólogo y promotor musical Rafael (Cholo) Brenes no los considera genuinos representantes del denominado ritmo de amargue.
Juan Luis Guerra y Víctor Víctor –en su opinión– hacen cosas buenas, pero distintas porque el primero combina bachata con balada y el segundo la mezcla con el son.
Estima una falta de respeto hacia los verdaderos cultores del género considerar rey de la bachata a Juan Luis. No obstante, elogia que este popular cantautor en cierta medida ha quitado la vergüenza que producía en algunas personas decir que eran bachateros.
Brenes tampoco es muy generoso con otros vocalistas de merengue que pretenden navegar sobre la cresta de la ola bachatera y plantea que los populares Eddy Herrera y Milly Quezada no lo hacen bien.
Víctor admite la diferencia al expresar que los bachateros tradicionales abordan los problemas de la gente de manera convencional, pero “lo mío tiene un grado mayor de sensibilidad”. Por demás, “naturalmente mis letras son tanto de amargues, a veces muy festivas, a veces son celebración”, dijo hace poco en una entrevista, según informa Prensa Latina.
El pujante género reflejó al comienzo desamores, infidelidades, problemas sociales y sentimentales, pero se ha renovado y los nuevos compositores asumen una temática más variada.
Pese a la dificultad de ponerle fecha de nacimiento a una modalidad musical, quienes estudian el auge de la bachata estiman que ésta empezó a abandonar la paupérrima zona campesina en la década del 60 del siglo pasado, cuando entró tímidamente en los barrios marginales de las ciudades.
La diversión bulliciosa, como define el Pequeño Larousse ese antillanismo (bachata) conocido también en Cuba y Puerto Rico, aprovechó la caída de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1961) para cambiar de vestimenta y recorrer el camino por el cual transitó el merengue tras su similar ostracismo.
En su difusión ejerció un importante papel Radhamés Aracena, propietario de la hoy desaparecida emisora capitalina Radio Guarachita, fundada en 1964, al acoger a un ritmo menospreciado por las clases media y alta de la población.
Los pioneros fueron, entre otros, Rafael Encarnación, José Manuel Calderón, Leonardo Paniagua y Luis Segura, su mejor representante por su fuerza interpretativa y el sentimiento que les imprime a los temas, según Brenes. En forma metafórica dice que éste agarró el machete para chapear el camino difícil.
El avance del lento ciclón bachatero alcanzó mayor fuerza en la década del 80 del siglo pasado, a tal extremo que el entonces rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, José Joaquín Bidó, prohibió en 1983 las presentaciones de Luis Segura en el lugar con el argumento de que las aulas se quedaban vacías.
Así como ese intérprete dominó la escena en esa década, los investigadores le conceden a Luis Vargas la consolidación del ritmo como negocio a partir de 1990.
Se cuenta como anécdota que el dueño de un lavadero de automóviles se negó a pagarle seis mil pesos a Vargas para que amenizara una fiesta, pero ante la presencia de más de 700 personas tuvo que rendirse y entregarle seis veces más la cantidad por su trabajo.
Anthony Santos, un cantante salido de la orquesta de Vargas, tiene el mérito de introducir la bachata al mercado del disco cuando grabó el número “Voy pa´llá” con la firma RM Récords, que se convertiría en un suceso musical.
Por la senda abierta transitaron a continuación Raulín Rodríguez, nacido al igual que Vargas y Santos en la provincia de Montecristi, que como única riqueza explota algunas salineras.
Rodríguez, corista en la agrupación de Vargas antes de volar con sus propias alas, alcanzó la cima con el número “Qué dolor”, de su autoría, que le proporcionó inusuales ganancias a una pequeña discográfica pueblerina.
Ferreiras, también de origen campesino y dos veces ganador del trofeo anual de la Asociación de Cronistas de Arte al mejor intérprete de bachata, encabeza una nueva generación con sólo dos CD de buena venta por su penetración en estratos de la sociedad vedados a los pioneros del género.
Rafael Brenes les atribuye el éxito de la bachata al relevo generacional, a los 15 tonos que puede alcanzar y al matrimonio que ha formalizado con el blues, porque ambos están cargados de sentimiento.
Con ese género se ha hecho lo que no se ha podido con el merengue, debido a que los arreglistas, productores y merengueros no han querido renovarlo. De ahí viene el mal, de acuerdo con el criterio de Brenes, un polémico
© CARACOL S.A. Todos los derechos reservados.
CARACOL S.A. realiza una reserva expresa de las reproducciones y usos de las obras y otras prestaciones accesibles desde este sitio web a medios de lectura mecánica u otros medios que resulten adecuados.